Hurgando en el pasado
I
Corría el año 2030 y Madeleine, una mujer de 47 años, ojos cafés, tez muy pálida,alta y delgada, se preparaba para hacer un viaje en el tiempo. Ocuparía una máquina del tiempo obsequiada a ella por su padre un científico de alto renombre ya fallecido, cuyo nombre era Geoff Berkeley. El rumbo de este viaje sería 1970porque en aquel año se encontraría con alguien muy especial. Estaba nerviosa, no sabía qué podría suceder pero, al mismo tiempo, deseaba hacer ese viaje ansiosamente porque era la preferida de su padre y lo extrañaba, había fallecido hacía diez años, ¡diez largos años!.
Con la brisa helada de Liverpool rozándole la cara, se detuvo a recordar los años en que compartía con su familia, cuando nadie sabía que una explosión radioactiva le arrebataría a su padre, a su héroe.
Se dirigió a la máquina del tiempo, había llegado la hora y debía marchar a 1970 a recorrer la infancia de su querido papito, como solía llamarlo.
Encendió el artefacto y, aunque al principio se negaba a funcionar, finalmente logró adentrarse en el pasado y ver a su padre.
Al llegar se asustó mucho al ver a un niño pequeño que colgaba de un fierro de aproximadamente veinte metros de altura. No supo que él era su padre hasta que oyó a su propia abuela gritar:
¡ Geoff, hijo, la cena está lista! Ayudo a bajar al niño y lo llevó con su madre. Con el tiempo, el pequeño Geoff y ella se hicieron amigos, ella se daba tiempo para jugar con él, enseñarle cosas, y reprenderlo cuando hacía alguna travesura.
Cuando ella decidió volver a su propio tiempo (por razones obvias tuvo que mentir diciendo que debía ir a América) el chicuelo estaba inconsolable. Le prometió que le escribiría y le mandaría cuentos de aventuras.
De vuelta en su hogar, estaba extasiada, su padre había sido un muchacho encantador... ¡cómo disfrutó de aquellos momentos a su lado! Con esos pensamientos tiernos se quedó dormida para comenzar otro día de búsqueda de aventuras en el tiempo.

II
Casi medio año más tarde, la joven mujer decidió repetir la experiencia. Esta vez, su destino sería 1947 donde encontraría a un muchacho de catorce años en quien tenía mucho interés. Al subir a la máquina, le ordenó ir a Liverpool, 10 de agosto de 1947, 11:40 de la mañana. La máquina partió y, en breves instantes, se encontró en el siglo XX, en la década de 1940.
Apenas llegó, comenzó a recorrer la ciudad. Mientras lo hacía, recordó que Richard Starkey y sus compañeros ya habrían nacido por lo que se dio a la tarea de buscarlos. Pasó por los hogares de cada uno de ellos y no pudo evitar suspirar de nostalgia al pensar en que esos pequeñuelos serían los músicos más oídos de todos los tiempos y que sus composiciones serían imperecederas. En momentos que recorría Penny Lane vio que un joven era agredido, mientras el agresor le decía: “Me las pagarás Klein, con esto aprenderás a no cruzarte en mi camino” Después de largo rato forcejeando con el bandido, el joven logró zafarse de él y emprender la fuga.
Ella siguió su camino y se encontró frente a frente con el bajista de aquella banda de Rock and Roll que pronto revolucionaría tanto las formas de vida como el arte. El niño corría calle abajo y, al verlo, no pudo dejar de sonreír al pensar que ese muchacho haría suspirar a miles de mujeres a lo largo y ancho del planeta. Lo observó detenidamente y pudo ver que tenía el mismo rostro aniñado de la fotografía que ella conservaba en su casa.
Siguió su recorrido y estuvo a punto de caer al suelo porque dos muchachos se golpeaban y uno de ellos empujó al otro y éste cayó a los pies de Madeleine. Después de huir corriendo, pensó: “esto es habitual en el señor Lennon, después de todo, nadie le enseñó a comportarse debidamente. Veré si puedo encontrar al señor Starkey, debe ser un niño tan encantador...”
Caminó hasta encontrar la casa en que había vivido su infancia. Lo vio junto a un par de pequeños jugando con barro “toma esto” le dijo el pequeño lanzándole una bola de lodo. Ella sonrió y pensó: “es él” mientras lo tomaba en sus brazos y le decía: “yo te quiero mucho, ¿sabías eso?” Él la miró sin entender, ella lo dejó en el suelo y se marchó. Caminó dos o tres cuadras y vió al mismo muchacho que había visto al llegar, llorando. Él, al darse cuenta de su presencia, le dijo: “disculpe mi debilidad, señora, pero es que me pegó muy fuerte y me duele demasiado. La mujer puso sus manos en los hombros del joven y, mirándolo fijamente, le dijo: “sí, claro, entiendo, pero ¿por qué dices “debilidad”, no es más hombre el que reprime sus sentimientos, sino el que los muestra abiertamente” El joven no la miró, se preguntaba de donde habría venido aquella mujer de ideas tan extrañas, Madeleine, al darse cuenta, prosiguió: “bueno, está bien, ya sé que estamos en1947 y la sociedad no los deja llorar pero, ¿vas a permitir que la sociedad haga de ti lo que quiera? ¿Qué es lo que tú piensas acerca de eso?” La respuesta del muchacho fue: “me gusta llorar porque me siento bien al hacerlo, pero me tengo que esconder para que la sociedad no me censure” Viendo que era imposible cambiar un pensamiento tan arcaico, prefirió no insistir. “cambiando de tema, me he enterado de que tienes gran talento como escritor, ¿lo estás desarrollando?” El le explicó que su maestra siempre le decía eso y lo instaba a comenzar algo, pero él confesó que no sabía por donde comenzar por lo que, dándole algunos consejos, Madeleine se marchó. El joven se quedó parado observándola mientras se alejaba hasta que ese ángel que había aparecido en su vida para cambiarla para siempre, desapareció tan rápido como había llegado
Ya de vuelta en su tiempo, se puso e reflexionar acerca de los sucesos acaecidos en su viaje a 1947 y se alegró porque creía haber cumplido su objetivo, cambiar la vida de Emile Klein, su mejor amigo.
Al llegar a su casa, Emile Klein en persona la esperaba sentado en una banca en el jardín. Al verla llegar, el anciano escritor comentó: “que orgulloso se sentiría tu padre al ver lo hermosa que estás, ¿cómo estuvo el viaje?” Ante esto, ella le contó detalladamente el encuentro que había tenido con cada uno de los pequeños y terminó hablándole de la conversación que había tenido con el joven Emile omitiendo lo referente a la literatura para comprobar si él recordaba algo. El comentó pensativo: “ recuerdo que, a los catorce años, una mujer muy parecida a ti me aconsejó que desarrollara el talento que yo tenía. Seguí su consejo y ya llevo 84 años escribiendo y siendo feliz. Te confieso que de tenerla en frente no sabría como agradecerle lo que hizo por mí” Ella sonrió, lo había conseguido, hacer feliz a aquel hombre que la había cuidado con esmero después de perder a su padre.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Romy..lindo texto...

disculpa no haber ido a tu evento, pero trabajé hasta las 22:00 hrs y me supuse que habría terminado, porque me habias dicho que era de 45 minutos.

Espero que todo haya salido bien.

Un beso
Carolina ha dicho que…
Ya pue, cambieme el texto!!!!
Mandame el resumen de tu trabajo del 23, para subirlo al blog.
Besotes
CArolina

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