El sol tras nubarrones.
El invierno en Nueva York era frío y triste cuando Lucy caminaba por la Quinta Avenida junto a su familia. Era una joven feliz, era la preferida de su abuelo y la más admirada. Pese a todo esto, sentía que algo le faltaba, sentía que todo era un vacío y un mundo de tinieblas. No se atrevía a manifestarlo por miedo a herir los sentimientos de quien tanto la amaban.
Tenía 24 años y era Licenciada en Literatura Inglesa, profesión que la apasionaba inmensamente y que, pese al modo en que se sentía, lograba llenar momentáneamente sus vacíos interiores. A los 19 años había comenzado una carrera literaria que, pese a lo corta que era, iba en continuo ascenso. Esta situación la hacía ser, con mayor razón el orgullo de la familia. Escribía en su mayoría novelas fantásticas que trataban de las reinas y reyes de remotas regiones. El mundo era diferente a los ojos de ella, disfrutaba cada regalo que la vida le daba, cada mirada, cada sonrisa y todos aquellos pequeños detalles. Para ella cada flor y cada detalle era algo hermoso. Por esa razón se sentía feliz cuando salía con su familia porque cada cosa que miraba u oía significaba una nueva fuente de inspiración y de alegría.
A diferencia de Lucy, Matthew era un joven de 27 años cuya vida no era más que un continuo calvario. Aunque era de familia acaudalada y de padres cariñosos no se sentía feliz porque creía que sus padres no lo querían, sólo le tenían lástima. Por un lado, tenía algo de razón, ya que no le permitían hacer nada por sí mismo. Todo se lo hacían, no había nada de lo cual pidiera sentirse orgulloso. El porqué de esta situación era muy simple: a los 23 años se había caído de un árbol y, por consecuencia, quedó parapléjico. Desde ese momento, las cosas cambiaron porque extinguieron todo tipo de esperanza o motivación que pudiera nacer en su alma.
Aquel frío día, Lucy iba caminando junto a su familia luego de ir de compras y Matthew iba delante de ellos. Había salido un momento de casa para ver caer la lluvia, de pronto, se tropezó y cayó justo a los pies de Lucy. Ella lo ayudó a levantarse y se miraron por unos pocos segundos y los ojos celestes de Matthew estaban llenos de lágrimas. Se sentía avergonzado y humillado por no poder hacer lo que deseaba. Aunque en ese momento sólo era una caída, ello lo hizo recordar y despertar del largo sopor en el que se había mantenido desde su accidente. Una vez que lo levantó del suelo, Lucy le dijo sonriendo: “Sé más cuidadoso para la próxima vez, pues no saldrás bien parado” después de esto se separaron, pero sólo físicamente, pues ninguno de los dos olvidó lo sucedido.
Lucy, por un lado, llegó a su casa, entonando alegremente una canción de John Denver mientras hacía la limpieza. Todos se sorprendieron, ya que detestaba hacer la limpieza. Lo mejor de todo, pensó Lucy “Es que nadie entiende mi actitud porque si alguien supiera que ese muchacho me ha llegado al fondo del alma dirían que me dio lástima, no, Dios mío, no es lástima, su mirada tenía algo que no he encontrado en ningún otro hombre más”.
Matthew, por otro lado, después de haber despertado de largos años de letargo, comenzó a vivir de nuevo. En cuanto llegó pidió ser dejado sólo, sus empleados se sorprendieron y no dijeron nada, sólo hicieron lo que se les dijo. Por la noche, sus padres se disgustaron mucho al saber que él “no se sentía bien”. “Eso le pasa por salir sin custodia”, dijo su padre enojado. Comenzó a bañarse él mismo, se preparaba la comida y lo más importante fue que retomó una de las motivaciones que tenía su vida antes del accidente: la guitarra. Pidió a un empleado que le llevara su guitarra al jardín. El empleado obedeció y así el joven comenzó una carrera musical que no pararía hasta su fallecimiento, muchos años después.
Pasaron dos semanas y Lucy había decidido salir con su tía Anne a comprar algunos vestidos con la ilusión de volver a encontrar a Matthew y verse bien para él. Insistió en ponerse la ropa que había comprado después de pagarla. Una vez que salieron de la tienda caminaron rumbo al trabajo del tío Ernie a dejarle el almuerzo y a lucir sus vestidos. Subieron el ascensor y casi no había nadie. Los ojos celestes de Matthew aún permanecían en la memoria de Lucy. Ansiaba verlos de nuevo y conocer el alma que estaba encerrada en aquel cuerpo. Al bajar el ascensor fueron directamente a la dirección ejecutiva a dejar la bolsa que contenía el almuerzo. Apenas entraron en la sala de espera, Lucy se quedó paralizada mientras decía: “tía Anne, estoy soñando?” Anne miró y vió a Matthw sentado allí. Se sentaron y los dos jóvenes no paraban de mirarse. Al ser llamadas por Ernie ambas entraron en la oficina y Lucy le mostró sus vestidos a su tío, después de lo cual salió de la oficina argumentando que necesitaba ir al baño, pero se sentó en la sala de espera. La sorprendió el ver que Matthew tomara sus bastones, se levantara y fuese a sentarse a su lado. En tanto, sus tíos ya se habían dado cuenta de los sentimientos de su sobrina y, dado que el padre del joven también trabajaba allí, decidieron “echarle una mano” para conquistarlo invitando al padre y al hijo a cenar siete días más tarde.
No sabían que, fuera de la oficina, algo muy conmovedor sucedía. Lucy y Matthew conversaban acerca de sus vidas se contaron todo lo acontecido en sus vidas desde el día en que nacieron hasta los sucesos acaecidos el día anterior a su primer encuentro.
Sus corazones se regocijaban por su unión y rogaban porque nada los volviera a separar. Ellos no sabían que pronto el cielo les daría la oportunidad de amarse libremente y que, posiblemente sus talentos se unirían dando paso a un estilo llamado narrativa musical, el cual daría sus frutos después de años de experiencias compartidas.
Por el momento, recurrían al lenguaje de las miradas y a las sonrisas. Durante la conversación se dieron cuenta de que su destino era estar juntos y unir sus fuerzas para derrotar toda dificultad que se pudiera presentar en el futuro. Momentos después, tía Anne salió de la oficina y se despidieron alegremente. Lucy besó tiernamente la mejilla de Matthew y él tomó su mano y la besó diciendo: “Adiós, Lucy. Rogaré a nuestro Dios que la luz de tus ojos no se apague jamás”. Ante estas palabras, los tíos de la joven entendieron que los sentimientos del joven eran puros y honestos.
El retorno a casa significó para Lucy la oportunidad de experimentar nuevas sensaciones y de pensar en lo que el futuro tenía reservado para ella. Pensó en cómo sería su vida si lo uniera a Matthew. “Tal vez criticarían nuestra unión, pero no importa gran cosa porque sé que si ambos somos felices juntos, los demás no tendrán nada que ver” pensó al mismo tiempo que apoyaba la cabeza en la ventana.
La voz de su tía la sacó bruscamente de sus pensamientos. Ya habían llegado a la casa, así es que bajó del auto con la mente y el corazón puestos en el guapo muchacho.
Subió a la velocidad de un rayo hacia su habitación con el propósito de escribir en su diario todo lo que había pasado.
Se sentó frente al espejo y se asustó porque la imagen comenzó a deformarse y fue reemplazada por el rostro del muchacho. Lucy se sorprendió al ver que el rostro tenía nuevos colores y parecía que nuevos sentimientos henchían el corazón del dueño de su alma. Sin saber lo que hacía, acarició el espejo y dijo: “No sabes lo feliz que estoy por haber encontrado en ti la felicidad que tanto busqué”. La imagen sonreía y se ruborizaba, pero no hablaba, pues tan sólo era eso, una imagen.
Así pasó una semana. Era lunes por la tarde y Lucy se arreglaba para la cena de la noche.
Según supo, el invitado a cenar era Keith Benson, subgerente comercial de la empresa y el propósito de la invitación sería sellar un par de transacciones.
Pero no sabía que el propósito real de esa invitación era que Benson llevara consigo a Matthew y su hijo. Sin embargo, Ernie tenía sus temores respecto del plan que habían hecho debido a que “Estuve toda la semana interrogando a Benson acerca de su hijo y me respondió de mala gana. Dijo que Matthew era un estorbo y que ese “despertar” no le iba a servir para conseguir aprecio como hijo suyo.
Maldito, “¿acaso no sabe que todos somos personas?” opinó Anne enfurecida. Pero lo que les esperaba no era tan negro como pensaban porque a las nueve de la noche llegaron Keith y Matthew Benson vestidos al estilo cowboy.
Lucy y él se miraron sonriendo, no sabían que una noche muy especial los esperaba.
Anne lo llamó a cenar y, por esas cosas del “azar”, los dos jóvenes quedaron sentados juntos. Antes de comer, se rezó una plegaria de agradecimiento y, después comieron y hablaron de diversos temas y, a medida que la conversación crecía ellos se alejaban del resto. Anne y Ernie, en tanto, los miraban de reojo y celebraban el triunfo de su plan. Finalmente, salieron al jardín y se sentaron bajo un árbol a conversar. Se contaron sus vidas y, secretamente se dieron cuenta de que tenían mucho en común.
Pasado un momento, decidieron salir a caminar. La noche estaba hermosa, una luna muy llena les guiñaba un ojo y ellos se dejaban acariciar por la brisa nocturna que todo lo levantaba.
Después de caminar durante media hora, se sentaron a descansar. Lucy se sintió en la cúspide de la emoción al sentir el contacto de la mano de Matthew en la suya en el momento en que lo ayudaba a levantarse.
No hablaron por largo rato. El rompió el silencio cantando un viejo éxito de Engelbert Humperdink que había sido grabado en 1953. Lucy lo oía ensimismada.
En tanto, Anne, Ernie y el padre de Matthew los buscaban desesperadamente. Al encontrarlos, vieron al joven cantando y su acompañante oyéndolo sonriente.
Ante esa visión, Keith Benson estalló en lágrimas. Cuando le preguntaron porqué lo hacía, él contó: “Cuando Maggie estaba embarazada, yo estaba muy esperanzado en tener un varón, que fuera fuerte y que en algunos años más supiera llevar mis negocios. Cuando Matt creció y fue formando su personalidad me di cuenta de que mis planes se habían estropeado dada la pasión de Matthew por la música… el culpable de su accidente soy yo, pues puse todo especialmente para que él se tropezara y cayera rompiéndose la espalda”.
El matrimonio tuvo que hacer un esfuerzo por no descontrolarse. ¿Cómo era posible que un padre hubiera hecho algo semejante con su hijo? El hombre prosiguió: “De ahí en adelante procuré convertirlo en un zombie, en un ser sin opinión ni sentimientos”.
Pero todo eso carecía ya de importancia pues el muchacho había sido vuelto a la vida por Lucy y ambos se habían unido en un beso que mostró todo el amor que se tenían y significó también la felicidad para ambos.
Ya nada los podría separar, pues ya no había ningún obstáculo para que fuesen felices tanto como pudieran. El mundo se abría ante ellos y ellos estaban dispuestos a entrar en él.
FIN
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